sábado, 15 de enero de 2011

¿QUIEN NOS OYE CUANDO HABLAMOS?

Érase que se era, un precioso árbol verde y frondoso que gracias a su belleza conseguía, que todo el que pasaba por el parque, levantara la vista para fijarse en él. A su lado crecía un pobre y raquítico pino, que de puro canijo que era, ni siquiera era capaz de dar una sola piña. Un soleado día, el pequeño pino por fin se atrevió a hablar con el grandioso árbol para decirle que envidiaba su belleza y la buena suerte que tenía. El verde y frondoso árbol torció su copa para echar un vistazo a aquel pino flaco y enano, en el que nunca había reparado y le dijo:
 - ¿Suerte? ¿Te parece que yo tengo suerte? Te diré, que yo me considero el árbol con más mala suerte de todo el parque.
- Pero ¿como puedes decir eso?, -le respondió el pequeño pino,- si todo el que pasa por tu lado, tiene que parar su caminar para admirarte.


- Pues por eso mismo. Fíjate, si tengo mala suerte, que todos los perros que pasan por mi lado tienen que levantarme su pata. Todos los enamorados que pasean por aquí, tienen que dejar sus nombres unidos por un corazón en mi corteza. Todos los chiquillos que vienen al parque tienen  que demostrar lo valientes que son subiéndose a mis ramas, porque claro son las mas altas de por aquí. El invierno es malo porque al ser el mas grande, cuando llueve, me mojo mas que los demás. La primavera porque los atolondrados pájaros siempre buscan mis recovecos para hacer sus nidos. El verano porque como me cargo de frutos, me pegan con palos para hacerlos caer. Y el otoño, que decir del otoño; como a mi alrededor siempre hay más hojas los barrenderos se cansan más y se apoyan en mi tronco a fumarse sus cigarrillos. ¿Te sigue pareciendo ahora, ridículo pino, que tengo suerte?-  Mientras el árbol se quejaba de todas estas cosas, y se regodeaba de su mala suerte, quiso el destino que pasaran por allí los espíritus de la buena estrella y centelleando de ira le dijeron al árbol:
- Verde y frondoso árbol hemos oído todo lo que le has contado al pino y vamos a hacer realidad tus mejores sueños. Quizás algún día te parezcan autenticas pesadillas. A partir de este momento, no volverá a pasarte ninguna de las cosas que tu consideras una desgracia, y en cambio, le pasaran al enclenque pino, que intenta crecer a tu lado. Si algún día te das cuenta de tu error, tendrás que hacer algo que salga de tu podrido corazón y solo entonces, veremos si podemos hacer algo por ti.

Dicho esto los espíritus de la buena estrella siguieron su camino, porque tenían mucho trabajo que hacer por el mundo.

A partir de ese día, el árbol, no podía creer que tuviera tanta suerte. Los perros ya no le orinaban pero no noto que comenzaban a faltarle, algunos minerales que están en el pis de los perros. Los enamorados ya no escribían sus nombres en su corteza, y a el le encantaba, pero dejó de saber como andaban las cosas del corazón a su alrededor. Recordó de pronto, que hacía mucho, mucho tiempo que los chiquillos no subían a sus ramas, pero no se percato de que ya no había nadie que le rascara, donde más le picaba. Cuando llegó el invierno, no podía creer que los espíritus tuvieran tanto poder, todos los árboles del parque se estaban mojando, estaban chorreando y él, increíblemente, “ja, ja, ja, estoy completamente seco, exclamó”, pero no quiso darse cuenta de la sed que ya sentía, y eso que aún no había salido el sol. Pero claro el amarillo astro llegó y con él los pájaros, que por raro que parezca, no buscaban sus escondites en sus huecos “esto es maravilloso, soy el árbol con más buena suerte del parque pensó”. Y lo pensó porque claro ya no había nadie a quien decírselo, no había niños, no había perros, no había pájaros, ni enamorados,...

Pero con los días, el árbol vio como se iba llenando de aquellos insectos, que antes los pájaros mantenían a raya. Llegó el verano y con él los hombres con palos pero, milagro, aquel año pasaban de largo y no querían sus frutos, claro que tenía tantos y tan gordos que le dolían las ramas de soportar el peso y además, algunas habían empezado a troncharse. En el otoño ya no había barrenderos apoyados en su tronco echándose sus cigarrillos, y con horror descubrió que era adicto a la nicotina y sufrió un ataque de ansiedad. A pesar de todo, aunque el árbol ya empezaba a darse cuenta de todas estas cosas, no quería reconocerlas y seguía pensando, “ummmm, ahora si que tengo buena suerte”.

Un día al despertar pensó que se había caído, porque nunca había visto el suelo tan cerca de su copa. Palpo su tronco y vio que seguía más o menos recto. Tocó sus raíces y comprobó que estaban dentro de la tierra, “¿Qué pasa entonces?- se preguntó- ¿Porque está tan cerca la tierra?” Al levantar la copa vio un alto y majestuoso pino rodeado de niños, perros, pájaros y enamorados y le preguntó que estaba pasando. El pino con cara de pena le dijo:
-                ¿Qué pasa viejo amigo? ¿Ya no te acuerdas de mí? Nunca, nunca llames a eso, que no quieras que venga.

Así comprendió el árbol, que debemos aprender a apreciar hasta lo que en ocasiones podemos considerar malo. Pues siempre, siempre, siempre, como decía mi viejo amigo Murfi, las cosas pueden ir peor.



 Autora: Nuria L. Yágüez


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