lunes, 10 de enero de 2011

A PESAR DE LAS MENTIRAS


      Las melodiosas notas invadieron el aire y lo ocuparon todo trayendo consigo la paz y el sosiego que intentaban transmitir. Irrumpieron en cada rincón e incluso se colaron bajo las blancas sábanas tan sigilosamente que Abel no pudo notarlo. Así el silencio que horas antes lo había presidido todo, cedió su lugar a la melodía que había estado esperando. La habitación estaba sumida en la oscuridad, solamente iluminada por la tenue luz azulada del ecualizador de la radio.

      Una voz grave y profunda de hombre anunciaba el nombre del programa como tantas noches había escuchado. Antes de que parasen las últimas notas de la canción, la voz dulce y aterciopelada de la locutora saludó a la audiencia en el mismo tono familiar y sencillo que siempre utilizaba.

-      Hola muy buenas noches señoras y señores, bienvenidos al programa de hoy. Vamos a empezar el programa hablando de mentiras. Un estudio llevado a cabo en nuestro país revela que el ochenta por ciento de las personas reconoce haber mentido alguna vez en su vida.‑ La voz de la presentadora era pausada y aunque esta vez empezaba su programa dando los fríos datos de una estadística era capaz de provocar una total relajación.‑ Pero sólo uno de cada diez mentirosos reconoce haber mentido y haber pedido perdón a la persona afectada. Claro que lo que no dice el estudio, es si la mentira que dijeron este porcentaje tan alto de personas, fue la respuesta a esta estadística.

      Ahora más en serio, la reflexión de esta noche me hace pensar si no nos estaremos olvidando de la importancia de la sinceridad. Y en caso afirmativo, es decir si en realidad cada vez mentimos más, y llegará el momento en que no creamos a una persona cuando nos diga la verdad. A fin de cuentas ¿nos pasará a todos lo mismo que al pastorcillo mentiroso? ¿Se terminará convirtiendo la gente honesta en una especie en extinción? ¿Se estará convirtiendo la honradez en un bien infravalorado?

      Y es que hay quien afirma, que observando el comportamiento de una persona, se puede saber si esta miente. Así, si una persona baja los ojos o los mueve rápidamente, es que nos está mintiendo. Si golpea con las manos la mesa mientras habla o se las frota demasiado, es que no nos dice toda la verdad. Si se muerde los labios continuamente, es que nos oculta una parte de la que no quiere que nos enteremos. En el lado opuesto se supone que si mantiene la mirada mientras habla y suspira profundamente, es que es cierto lo que nos cuenta.

      ¿Creen ustedes que es tan fácil saber si una persona miente mientras habla? ¿O por el contrario piensan que es algo que no se puede saber con estas pistas? Puede ser también que no les importe mentir o que los mientan, porque piensan que no tiene tanta importancia mientras la mentira no tenga consecuencias graves. Es decir, ¿nos podemos permitir la licencia de decir lo que llamamos mentiras piadosas o no?

      Sea de la opinión que sea nos gustaría que nos contara su forma de ver las cosas. Pero nos gustaría, claro está, que no nos mintiera al hacerlo. Si desean hablarnos de alguna mentira o lo prefieren hacer sobre otro tema en particular, aquí estamos para escucharle.

      Abel escuchaba atentamente como cada noche su programa radiofónico preferido, pero esta vez había algo de especial en el tema que hoy se había planteado. El siempre pensó que jamás podría llamar y contar sus problemas en público, donde una audiencia pudiera juzgar sus actos. Pero no pudo evitar levantarse de la cama, coger el teléfono y marcar el número donde esperaba encontrar la ayuda que necesitaba. Después de cumplir los trámites necesarios y esperar a que terminara la canción que sonaba, la voz de la locutora saludó cariñosamente.

-      Hola Marcos, buenas noches.‑ Dijo la presentadora dirigiéndose a Abel quien había mentido al decir su nombre.


-      Hola buenas.
-      ¿Qué querías contarnos?
-      Verás quería opinar sobre el tema de hoy y contarte la historia de mi vida porque tiene mucho que ver con lo que hoy se plantea.
-      Adelante Marcos, te escuchamos, pero espero que seas breve pues escuchar toda tu vida podría llevarnos meses.
-      En primer lugar no me llamo Marcos, he mentido porque no quiero que alguien pueda reconocer a su vecino o al compañero de trabajo. Y pido disculpas por la mentira.
-      De acuerdo Marcos, te incluiremos en el porcentaje correcto. Por lo que veo eres partidario de la mentira piadosa.
-      No, no es así. Una cosa es mentir y otra ocultarse tras una máscara. Verás, cuando de niño fui a tomar la primera comunión, el cura me obligó a confesarme antes de tomarla. Dios no tenía toda mi confianza, así que en la confesión dije una mentira para ponerle a prueba. Si era verdad que existía y se encontraba junto a cada uno de nosotros, haría de algún modo que aquel cura se enterara. Al cabo de dos días fui corriendo a ver al cura para contarle la verdad. La conciencia me remordía de tal forma que hubiera sido incapaz de tomar la comunión. No podía dormir, ni comer, me sentía tan mal que perdí la alegría de vivir durante mucho tiempo. Ese día me prometí no volver a decir jamás una mentira, a pesar de que con ello pudiera herir a alguien.
-      Eso está muy bien, pero no veo necesario ocultar tu identidad por eso. Probablemente tus amigos puedan llegar a vivir con esa carga.- Abel sonrió levemente.
-      Verás es que el problema que se me crea ahora, es bastante más complicado que este. Y bastante más personal. Hace una semana me llamó mi novia para darme la gran noticia de mi vida, estaba embarazada. Nuestras familias son demasiado antiguas para entenderlo y llegamos a la conclusión de que sería mejor casarnos rápidamente. Dentro de veinte días tengo que irme a china por motivos del trabajo, durante cinco meses. De modo, que una boda rápida no levantaría sospechas. El problema es que hace muchos años tuve un accidente y me aseguraron que quedaría estéril.          

      Yo de momento no la dije nada, se la veía tan contenta que preferí pensar que los médicos estaban en un error. Nunca me había dado motivos para dudar de ella y en un principio no lo hice. Pero la curiosidad me llevó a una clínica para comprobar que lo que ya sabía era cierto, y así es, con total seguridad soy estéril. Mintiéndome a mí mismo llegué a mi casa y mentí a mi familia. Soy hijo único y mis padres siempre quisieron un nieto. Se volvieron locos de alegría.
-      ¿Debo suponer que ella sigue sin saber nada?
-      Así es. De momento no se lo he dicho, porque la quiero tanto que estaba dispuesto a aceptarlo como hijo mío. Pero vuelvo a tener los mismos remordimientos que tuve cuando era niño. He mentido a mis padres y no precisamente con una mentira piadosa.

      Para mí lo más doloroso no es el engaño físico, sino el engaño moral. Un desliz puede tenerlo cualquiera, pero mentir sólo miente un mentiroso. No sé qué hacer, porque la quiero tanto,..., Yo estoy dispuesto a pasarlo por alto, y perdonarla sin pedirla siquiera una explicación. Pero mi miedo es que las mentiras no terminen aquí y siga haciéndolo después de casados. Veo muy pocas expectativas a un matrimonio sin confianza.
-      ¿Por qué no hablas con ella?
-      Me caso la semana que viene y,..., ‑ Abel volvió a planteárselo, aunque no era la primera vez que lo hacía. Durante la semana anterior no había dejado de hacerlo una y otra vez.‑ Si sigo a delante, seguiré con todas las consecuencias. He mentido por ella una vez y me siento por ello el ser más rastrero que habita sobre la faz de la tierra. Preferiría morirme ahora mismo a que algún día se descubriera mi mentira.
-      ¿Por qué tiene tanta importancia para ti el que te descubran en un renuncio?
-      No lo sé, pero te prometo que preferiría morirme.
-      Entonces si ella jura guardarte el secreto y no volver a hacerlo estás dispuesto a ir al altar con todas las consecuencias.
-      Si, así es.
-      Bueno Marcos, pues ¿qué te parece si esperamos a ver si alguien puede ayudarte? Tal vez algún oyente se haya encontrado alguna vez en una situación parecida o sepan de alguien que lo haya estado, y pueda decirte como actuaron ellos.
-      De acuerdo. Muchas gracias, necesitaba hablar con alguien y desahogarme. Ahora me encuentro mejor.
-      Pues entonces me alegro de haber charlado contigo ahora vamos a ver que te dicen.

      Sara estaba escuchando y mientras lo hacía no paraba de llorar. Llevaba unos minutos encerrada en el cuarto de baño con el teléfono en la mano y l móvil en la otra pero no se atrevía a llamar. Acariciaba los números mientras trataba de calmarse, no sabía si sería capaz de hacer aquella llamada. Pero después de unos minutos, terminó por hacerla.
-      Hola Sandra, buenas noches.‑ Sara también había decidido ocultar su verdadero nombre.
-      Hola, yo llamaba para dar un consejo al chico ese que llamó antes, diciendo que su novia le había engañado.
-      Si mal no recuerdo se hacía llamar Marcos, aunque reconoció que no era su verdadero nombre.
-      Si eso es, así es como se llamaba. Bueno pues yo creo que debería seguir con su novia. Según hablaba de ella deben quererse mucho para dejarla por una tontería. El mismo decía que un error así puede cometerlo cualquiera.
-      A mí no me parece una tontería el que su novia le haya engañado a punto de casarse.
-      Pero ellos se adoran. Sus padres no tienen porque enterarse de nada. A veces un secreto une más a la pareja. Estoy segura de que eso no volverá a pasar. Seguro que esto la hará recapacitar y jamás volverá a mentirle, estoy segura. Si la deja ahora vivirá toda la vida pensando en ella, y posiblemente a ella también se le destrozará la vida.
-      Sandra, ¿conoces de algo a Marcos?
-      No solo quiero que sea feliz.
-      ¿Y porque estás llorando?

      Sandra estaba demasiado alterada como para encontrar una buena excusa. Necesitó unos segundos para aplacar sus nervios. Pero este leve silencio la delató.
-      Es que me he emocionado. Pero eso era lo único que quería decirle, que piense que si él la quiere tanto es porque el amor es mutuo. Que la de una última oportunidad.
-      De acuerdo Sandra pues estoy segura de que Marcos te habrá escuchado y habrá tomado buena nota.

      Abel se levantó como cada mañana de esa última semana con los nervios totalmente destrozados. Una boda puede alterar a cualquiera, pero anularla no es que pueda, es que directamente te destroza. Sobre todo si todavía quieres a la que ya no será tu pareja.

      Cuando llegó a la oficina se encontró en el aparcamiento con Randy un compañero sudafricano con el que había cruzado un par de palabras en alguna ocasión.
-      ¡Abel!‑ Gritó su colega para que le esperara antes de que se cerrasen las puertas del ascensor.
-      Hola Randy. ¿Cómo estás hoy? ‑ Dijo Abel cuando llegó a su altura.
-      Negro, es que el tráfico de esta ciudad me tiene quemado.‑ Randy tenía un sentido del humor envidiable, y le gustaba mucho hacer ese tipo de chistes.

      Abel subió con él en el ascensor hablando sobre los nuevos problemas que se habían planteado en el trabajo. Pasaron por el despacho a dejar sus portafolios y mientras Randy ultimaba los últimos detalles antes de entrar en materia Abel fue a buscar unos cafés a la máquina. Desde lejos pudo observar que era Sara la que esperaba pacientemente su turno.
-      Hola.‑ Dijo Abel cuando estuvo detrás de ella.
-      ¿¡Ya has llegado!?‑ Abel la besó amorosamente como siempre hacía.
-      Si, tenía ganas de verte. Tienes ojeras, ¿no has dormido bien?
-      No, algo me desveló anoche y ya no pude dormir.

      Ambos habían reconocido sus voces por la radio y los dos lo sabían. Con sus miradas se estaban diciendo que no necesitaban más explicación que la que ambos se dieron por la radio.
-      Serán los nervios de última hora. Yo tengo el estómago destrozado.
-      Tengo unas ganas locas de que pase la boda, y olvidarnos de todo.- Dijo Sara.
-      Estoy seguro de que el viaje nos ayudará a olvidarlo.

      Las compañeras de sección de Sara esperaban delante de ellos a que la cafetera terminase. Sus sonrisas delataban que permanecían a la escucha. Quizás la idea de ocultar sus identidades no había dado resultado, se dieron demasiadas pistas como para no reconocerlos.
-      Abel, quiero que sepas que te adoro.
-      Y yo a ti también.

     


      Después de la boda los dos pasaron los mejores días de sus vidas. El embarazo empezó a notarse rápidamente y los dos disfrutaron de él como requería la ocasión. Nunca volvieron a hablar del tema y con la ayuda de Sara, Abel dejó los remordimientos a un lado. En una ocasión Sara trató de dar las explicaciones que pensaba que su marido merecía, pero Abel la detuvo.
-      Abel quiero que sepas que no sé porqué lo hice y que jamás me arrepentiré lo suficiente por hacerlo. Fue un solo y único error, pero que me podía haber costado demasiado caro.
-      Déjalo, no tienes que explicarme nada.
-      Pero debo hacerlo. Te agradezco muchísimo que nos aceptases a pesar de todo y te juro que nadie sabrá nunca que no es tu hijo. Jamás te volveré a mentir.
-      Sara por favor déjalo. No sé de qué me estás hablando.- Y se fue a dar un paseo.
-      Gracias mi amor, gracias.- Dijo Sara aun a sabiendas de que él ya no la oía.

      Todo volvió a la normalidad y la felicidad dirigía sus vidas. Todos los problemas se solucionaban con el amor que ambos compartían por el niño que estaba por llegar. El trabajo en china se retrasó más de lo que esperaban y solo Sara pudo volver para el parto. Al principio esperaban que Abel también pudiera regresar pero las sospechas de que el bebé pudiera nacer allí hicieron que ella adelantará su viaje. Y cuando llegó el momento Abel sufrió la decepción más grande de su vida, por no poder estar a su lado en un momento tan señalado. En el parto habían surgido algunas complicaciones y madre e hijo habían tenido que permanecer en el hospital un par de semanas más. Las llamadas de teléfono eran continuas, pero ya habían llegado al final pues el avión que traía a Abel acababa de aterrizar. Abel estaba preocupado pues notaba a Sara algo seria cuando hablaban, pero ella no decía nada y sus padres estaban ilocalizables. Abel lo achacó todo a la preocupación que Sara estaba sufriendo por la enfermedad del niño. Al llegar lo primero que hizo fue pasar por el hospital, el viaje había sido muy duro pero no quiso pasar siquiera por casa a dejar las maletas. Cuando pudo ver a ese hijo que tanto había deseado salió corriendo del hospital. No podía soportar quedarse allí ni un segundo más. No podía creer que eso le estuviera pasando a él.

      Recorrió las calles de la ciudad con el único pensamiento de quitarse la vida. Después de lo que deseo que llegara ese momento, resulto ser el peor de su vida. Pero en realidad no deseaba morir sino desaparecer sin que se recordase nunca su paso por esta vida. Había comprendido en un solo instante porque era tan importante para él que nadie descubriera su mentira. Sólo le quedaba una solución, tomó su coche y estuvo conduciendo durante toda la noche para ver a la única persona que podía ayudarle en un momento así. La persona que siempre había estado a su lado cuando necesito un sabio consejo.



-      Hola muy buenas noches señoras y señores, bienvenidos al programa. No sé si ustedes tienen la sensación de ser juzgados continuamente por las personas que le rodean. Y de ser juzgados además de una forma negativa hagan lo que hagan. Quizás muchos de ustedes también les importe demasiado lo que los demás piensen de su comportamiento, de su actitud, de su forma de vida e incluso de su vida privada. Y quizás muchos de ustedes se han visto obligados por la presión de los demás a hacer algo que no hubiese hecho si no fuese por el que dirán.

      Hoy me ha llamado una persona antes de empezar el programa y me ha contado la historia de un joven, que estuvo a punto de dejar escapar al amor de su vida, por el que dirán. Pero afortunadamente reaccionó a tiempo gracias al consejo de su abuela. Una mujer ya muy mayor, que en su época si dejó escapar al gran amor de su vida, precisamente por este mismo motivo. La abuela siempre se arrepintió. Y cuando vio que su nieto estaba a punto de caer en el mismo error, en el que ya cayó ella le explicó algo que sabía, que iba a hacer dudar al nieto antes de tomar el camino que le dictaban los demás.

      La historia que le explicó la abuela a su nieto, cuenta que cada mañana, un padre, un hijo y el burro de carga que tenían para hacer las labores del campo, recorrían un largo camino desde el pueblo, hasta el mercado de la ciudad para vender las cebollas, las patatas y las hortalizas que sembraban en su huerto. Normalmente para hacer el camino hasta el mercado el padre iba encima del burro y el hijo iba a pie. Pero la gente que les veía pasar hablaban muy mal del padre y le ponían verde, gritándole a viva voz, que vaya padre tan abusón que hacía al hijo ir a pie, mientras él iba cómodamente sentado sobre el burro. Para acallar las críticas al día siguiente cambiaron las posiciones. El hijo fue sobre el burro y el padre a pie. Pero los mismos vecinos volvieron a criticar al trío diciendo que vaya padre más tonto por ir a pie y vaya hijo más caradura por sentarse sobre el burro, permitiendo que su anciano padre fuese andando. Así que tampoco dio resultado esta segunda opción. Al tercer día para ver si la gente callaba definitivamente, padre e hijo fueron los dos a la vez sobre el burro. Pero entonces la gente les gritaba como podían ser capaces de explotar al animal yendo los dos sentados a la vez sobre él. Y ya no sabiendo que hacer tomaron la última determinación. Así que al cuarto día padre e hijo fueron a pie y el burro a su lado sin cargar con nadie. Entonces la gente comenzó a reírse y a grandes carcajadas exclamaba que vaya par de tontos, tanto el padre como el hijo, porque era incomprensible y hasta absurdo que los dos fuesen a pie teniendo el burro libre. Así que después de la experiencia, el padre y el hijo hicieron el trayecto con el burro como les apetecía, sabiendo de antemano que hiciesen lo que hiciesen nunca sería bien visto por nadie.

      Esta es la historia que aquella abuela le explicó a su nieto para conseguir que no diese tanta importancia a todo lo que dijesen los demás; y parece que lo logró. Así que si ustedes quieren o necesitan aplicarla alguna vez aquí la tienen. Como también tienen este número de teléfono, para que si lo desean nos llamen ahora mismo.




      Sara seguía buscando entre sus lágrimas alguna explicación, pero cada cosa que se le ocurría era más incoherente que la anterior. Y sin embargo sabía que no había nada que explicar, porque la situación era inexcusable. De pronto en la puerta de la habitación sonaron unos golpes suaves.
-      Hola, ‑ dijo Abel cuando asomó la cabeza‑ ¿puedo pasar?‑ Ella cerró los ojos y siguió llorando mucho tiempo, ocultando la cara entre sus manos.‑ He estado viendo a nuestro hijo, es precioso. Sólo necesito saber una cosa, ¿porque me hiciste creer durante nueve meses que nadie sabría que no era hijo mío? Creo que salta a la vista.
-      Porque según mis cálculos no podía ser de Randy y cuando nació ya no supe como decírtelo. Supongo que me equivoqué. Quizás fueron demasiados errores para pedir perdón. Supongo que no lo merezco.





 Autora: Nuria L. Yágüez




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