domingo, 22 de mayo de 2011

IMPRESIONES

Fotografía de Gregory Colbert
De ternura, de sabor a madera y tabaco de pipa, de aroma a café recién hecho, caliente, cremoso, de cartas inacabables e inacabadas, de sensaciones y sentimientos, de ti,…, de mi,…, de todos los que por aquí hemos pasado.




 Autora: Nuria L. Yágüez


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jueves, 19 de mayo de 2011

CONFESIONES

“De pequeño fui un niño triste, de adolescente problemático, de adulto iba camino de convertirme en asesino.”

Así empezaba el diario con el cual intentaba perdonarse sus pecados. Amancio siempre había sabido que algo no andaba bien en su cabeza. Nunca pudo encontrar algo que le asemejara a los que le rodeaban y por eso dejó pronto de compararse.


Estaba en un vagón del metro, repleto de gente, mirándoles discretamente, serio y sin expresión alguna en su cara. Cualquiera hubiera dicho que era otro autómata más en su rutina, de vuelta a su hogar, después de una dura jornada de trabajo. Pero no era así. Cuando trabajaba siempre viajaba en coche, el metro solo le tomaba para elegir a sus víctimas. Luego las seguía, disfrutaba recreándose en estos momentos. Primero desde lejos, luego dejándose ver, y por último atemorizándolas. El sabía lo que pasaba por su cabeza, pero su víctima lo estaba descubriendo en ese momento y a veces la imaginación humana es capaz de dar más miedo que cualquier asesino.


Amancio no quería saber nada de ellas, no las investigaba, la elección era más visceral y si después no podía terminar su trabajo, por lo menos había disfrutando atemorizándolas, pero cada vez quería más. Estaba empezando a no conformarse con el miedo.


Fantaseaba con matar y estaba a punto de convertirlo en una realidad, eligió a la víctima, la siguió de cerca.
Miraba sus caderas contoneándose y algo se movía en su interior, se sentía poderoso. Ella, inconsciente de lo que podía suceder, cruzó por el parque. La noche estaba oscura. El frio y la neblina hacía que las farolas reflejaran un halo blanco a su alrededor. Su melena resuelta se movía a cada paso. Amancio metió la mano en su abrigo y noto la empuñadura de su cuchillo. Se acercó más a ella y una rama seca se partió bajo sus pies.

Ella se dio la vuelta rápidamente, mirándole con los ojos como platos, y esbozó una sonrisa con la mano en el pecho.
-          Disculpe caballero es que me asusté. Pensé que venía sola y al escuchar el ruido, pensé algún depravado me siguía. Pero, ¡uy por Dios, qué vergüenza!– él no había abierto su boca.- ¿Podría acompañarme hasta el final del parque para sentirme más segura? –El echó un paso al frente, y ella le cogió del brazo. Se sentía incómodo con el cuchillo en el bolsillo.- ¡Gracias! Pensará que soy una boba atrevida, pero es que me he asustado realmente. - Sintió que ahora era él el que temblaba.-  Así me siento más tranquila.- Dijo ella apretando su brazo.

En ese momento supo que no podría matarla. Supo que se había enamorado perdidamente y caminaron del brazo el resto de noches que le quedaron de vida, que fueron muchas. Nunca fue consciente de que ese diario, realmente le había perdonado sus pecados, y le había otorgado una vida llena de amor, que nunca había conocido.



 Autora: Nuria L. Yágüez


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martes, 10 de mayo de 2011

POEMAS EN EL CUERPO

Hoy escribo poemas en tu cuerpo
sabiendo que las letras caerán cuando eches a caminar.
Y aun así, deseo dejar dulces palabras en cada esquina
de ese cuerpo, que me hace desvariar.

Quiero brindar, chocando dulcemente nuestras copas,
llenándola de dulce jugo primero.
Despeinarme bajo la seda que te cobija,
que se me escape entre susurros un te quiero.

Amarte con el nombre que me impones.
Hacerte perder la inocencia que ya no tienes.
Y escucharte decirme exhausta
que tú también me quieres.



Autora: Nuria L. Yágüez


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jueves, 5 de mayo de 2011

DOCE INVITADOS A MI MESA


 Abraham Dispuso todo  tal  y  como  le habrían ordenado. Estuvo aireando el salón azul desde muy temprano para quitarle el olor a cerrado y quitó las sábanas blancas, que protegían los muebles del polvo añejo. Limpió meticulosamente hasta el último rincón y sacó brillo a los candelabros de plata inglesa. Colocó las velas rojas en la misma disposición que al señor le gustaba, la más alta en el centro y las demás colocadas a lo largo de la mesa decreciendo en altura. Puso las rosas, doce como siempre, en el jarrón de cristal y plata que el señor hizo traer desde Venecia. Ya por la tarde abrió las tres mejores botellas de vino que el señor conservaba en su bodega y lo sirvió en las escanciadoras de cristal para que respiraran. Trajo la leña necesaria para mantener la chimenea durante todo el día y la encendió para ir caldeando el ambiente. Extendió el mantel de lino, sobre la larga mesa de madera, e inspiró con fuerza el olor a plancha reciente. Colocó las copas de cristal de Murano y dispuso platos y cubiertos como mandaban los cánones.

Cuando todo estuvo dispuesto con la exquisitez de la que Abraham siempre hacía gala, se concedió el lujo de sentarse en el sillón de piel marrón de su señor, cosa que nunca antes había hecho y miró con tristeza todos los preparativos. Le invadió una gran nostalgia y aunque su rostro no se permitió mostrar sus sentimientos, su corazón se inundó con su amargo llanto.

Nunca se concedió un lujo. Nunca se tomó unas vacaciones. Y un solo día faltó a sus quehaceres, en los 45 años que llevaba sirviendo en aquella casa, cuando le tuvieron que poner un audífono, porque ya no era capaz de escuchar las llamadas de su señor. Y se sintió mal por ello.

Nunca se permitió sentir. Nunca se le oyó decir una palabra que alguien no esperara que fuera dicha. Una sola lágrima había rodado por su mejilla desde que dejó la infancia atrás para ir a trabajar con su señor. Una sola lágrima. Una sola demostración que le recordó que lo que latía en su interior era un corazón. Una sola lágrima que cayó sobre su pecho en el entierro de su señor y sonó como un golpe de tambor por el vacío que esa muerte dejaba en lo más profundo de su ser. El era la imagen más parecida a la amistad que había conocido.

Todo el dinero que había ahorrado, en tantos años de trabajo, lo dio por bien empleado en mantener por si sólo aquella casa, que su señor le legó tras su muerte, tal y como había permanecido desde que la conoció.  Ahora once meses después tenía todos los preparativos para la cena que su señor celebraba todos los años el 1 de noviembre desde hacía once años. Sin embargo ese año nadie acudiría a la cena pues él no tenía a nadie a quien invitar. Suspiró y sintió que con el suspiro perdía la energía que le había acompañado durante toda su vida.

Hizo un último esfuerzo y se levantó, encendió las velas y con sumo esmero sirvió la cena en los 12 platos. Cuando iba a abandonar el salón escuchó una voz a su espalda.
-       Gracias Abraham todo está perfecto.

Abraham se dio la vuelta y vio a su señor tal y como le recordaba. Vestido con la elegancia que aquella cena requería y apoyado sobre su bastón.
-       Señor ha sido un placer, como siempre.- sentenció Abraham sin una muestra de asombró en su rostro.
-       ¿No te sorprende verme aquí?
-       No esperaba menos de usted. Desde hace diez años nunca faltó a esta cena. ¿Por qué este año iba a ser menos? Lo que siento es no haber invitado a nadie.
-       Diez años celebrando la misma cena, el mismo día. Un servicio más a la mesa cada año. Jamás viste llegar a ningún invitado pero sabías que siempre se terminaba con todo lo que habías preparado. ¿Nunca te preguntaste como o porqué?
-       Yo no estoy aquí para cuestionar sus actos. Si usted lo disponía así sus razones tendría.- Abraham respondió con la elegancia de la que siempre hacía gala.
-       Desde hace diez años, el día de todos los santos invito a la cena a un muerto que se haya merecido sentarse a nuestra mesa. Imagínate, muertos ilustres, muertos desconocidos, muertos venerados, muertos de tercera, muertos de hambre, todos sentados a la misma mesa. Es fantástico. De esta forma formalicé mi amistad con diez amigos que me prepararon el camino para poder sentarme hoy a la mesa, como uno de ellos, y disfrutar de la cena.

Abraham, fiel a sus costumbres no se cuestionó la explicación de su señor, porque nunca lo hizo. Sencillamente echó cuentas, diez más uno once.
-       Disculpe señor, entonces creo que he cometido un error, si las cuentas no me fallan sobra un servicio, pues los invitados serían once.
-       No Abraham- dijo el señor poniéndole la mano sobre el hombro- este año hay una excepción porque dos han sido las personas que merecieron sentarse a esta mesa. Así que por favor haznos los honores y siéntate a la mesa con nosotros.

Abraham no comprendía, entonces volvió la cabeza y reparó en su cuerpo sin vida sobre el sillón de piel marrón de su señor. No se cuestionó nada, pues no era su costumbre, no se otorgó el beneficio del sentimiento, porque nunca antes lo había hecho, sencillamente se sentaron a la mesa y disfrutaron de la cena.





 Autora: Nuria L. Yágüez



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domingo, 1 de mayo de 2011

EL INMENSO AMOR DE MAMA GALLINA

En una noche de tormenta, tan intensa que ni los animales de la granja podían salir a buscar sus alimentos, todos se reunieron alrededor de las vacas para recibir su calor. Mientras ellas respiraban todos se calentaban con su aliento, pero para que permanecieran tranquilas debían amenizarles con suculentas historias, de lo que en la granja sucedía. Y cuando las conversaciones perdían interés, las vacas se incomodaban y a cada movimiento todos salían despavoridos a buscar otro cobijo por miedo a morir aplastados.

Esa noche, que ahora quiero mencionaros, las conversaciones se movían entre los coqueteos de la nueva oca ante los patos que hacía que las patas la odiaran hasta el punto de querer convertirla en paté; el brioso crecimiento de los potrillos de la yegua mayor, que no paraban de hacer cabriolas en el aire como locos, haciendo la delicia de todas las madres; y como, ahora, el gallo Kiriquillo cantaba como nunca antes lo había hecho y había conseguido además, ser feliz.

El tiempo había pasado rápidamente entre tanta conversación y ahora la mayoría de los animales habían empezado a aquietarse y llevados por el calorcito empezaban a quedarse dormidos, cuando la vaca Paca prestó atención a la conversación de tres gallinas. Comentaban acaloradamente cual de las tres era más eficiente con la educación de sus pequeños.

-        Yo, siempre tengo a mi pequeño pollito debajo del ala.- dijo la primera gallina- Le doy todo lo que necesita, para que no tenga que exponerse a los enormes peligros de la vida. El no necesita ir a picotear entre las piedras en busca de gusanitos, porque podía ser pisado por las altas yeguas. No necesita ir a beber al abrevadero pues podría desaparecer entre las fauces de los hambrientos cerdos. Y acabaré diciendo que el no necesita nada, absolutamente nada, que yo no pueda ofrecerle. Así me aseguraré que llegue sano y feliz a la edad adulta.- Hizo un gesto inflando su buche y agregó- Y se que no me equivoco.

-        No comparto tu opinión – aseveró la segunda gallina- llegará un momento en que tu no estés a su lado y entonces el no sabrá valerse por si mismo. Yo, por el contrario pienso que cada cual debe ser un ser independiente por eso desde que mis pollitos salieron del cascaron, le dejé solos en la granja para que aprendieran a buscar ellos mismos su propio alimento, que salieran por si solos de los problemas que la vida les ponga y además no solo he conseguido que sean independientes para abastecer sus necesidades, además han aprendido a no necesitar nunca nada de nadie emocionalmente. ¿O acaso les habéis visto alguna vez acercarse a algún animal de la granja? – ahuecó las alas orgullosamente y añadió- Por eso puedo asegurar que la que está en lo cierto soy yo.

-        ¿Y tu?- le dijo la primera gallina; a la que pacientemente había estado escuchando.- ¿Y tú que opinas? Dinos! ¿cual de las dos tiene razón?, dinos cual de las dos conseguirá que su pequeño retoño llegue sano y feliz a la edad adulta.

-        Yo, no se que será lo mejor. – dijo pacientemente la gallina Angelina, con la tranquilidad que da la sabiduría.- Yo nunca me pregunté como debía educar a mis tres pequeños.

-        Yo os lo voy a decir - dijo la vaca Paca. Ella les animó a que buscaran su alimento, y los observó de cerca hasta que lo hicieron por si solos, esquivando las largas patas de las yeguas y las bocas de los cerdos. Les escuchó, cuando algo les preocupó y les invitó a que buscaran la respuesta en su corazón. No se la dio ella, pues sabía que la mejor respuesta habita siempre en tu interior y la debes encontrar tu solo. Unas veces sus pequeños se equivocaron y otras acertaron en la decisión, pero ella siempre les apoyó en la decisión tomada. Y les escuchó sus consejos cuando la equivocada fue ella, pues se permitía con amor reconocerse equivocada cuando lo estaba.

-        No se si lo hice bien o mal – apuntó Angelina - ellos volaron cuando necesitaron volar y volvieron cuando alguno de nosotros, necesito del otro.

-        ¿Y tu porque estás tan segura que eso es lo mejor? –Preguntó enojada una de las orgullosas gallinas a la entrometida vaca.

-        Yo no lo digo, lo deduje de la conversación que tenían vuestros propios pollitos al otro lado de mi enorme barriga. Al preguntarse que era lo que más deseaban. Tu pequeño retoño dijo, quisiera poder tener las alas de un cisne para volar lejos, muy lejos, donde nadie me vigile. El segundo dijo, yo desearía ser huevo otra vez, para tener siempre el calor de mi madre y no tener tanta responsabilidad sobre mi pequeña espalda. La pequeña hija de Angelina, dijo que su mayor deseo seria, que su madre supiese, cuanto valoraba todo lo que había hecho por ella y sus hermanos, sin que ella le diera importancia. Deseaba que supiera cuanto había aprendido de su madre en la vida y que se había convertido en el mejor espejo donde verse reflejada. Y que aunque no fuese capaz de decírselo con palabras, deseaba que algún día ella lo supiera, de alguna forma, de algún modo.




Dedicado a mi mama gallina
Felicidades a todas las mamas
Porque mi mayor deseo es que sepas
Lo que siento por ti






 Autora: Nuria L. Yágüez


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