martes, 19 de octubre de 2010

TIEMPO DE DIOSES

Hubo un tiempo mejor que este, en el que los sabios eran reconocidos como sabios y no como locos, y los buenos hombres eran alabados como se merecían. Pero aún en aquellos tiempos la vida era difícil y corrías el riesgo de topar con intereses mayores, y sufrir las consecuencias. Uno de estos sabios, a los que me refiero, era un buen hombre, y este buen hombre fue crucificado en una cruz ante el dolor de aquellos que le amaban. Hoy, sin duda, hace falta más de un hombre como aquel, de auténticos discípulos, o de buena gente. Lo malo es que para reconocer a un sabio, hay que creer en él y la fe es un bien escaso en estos días.

Yo he conocido a uno de esos hombres, en un tiempo adverso para él.
Yo trabajaba de auxiliar administrativo en una multinacional, donde no era más que un número de personal, y una escasa nómina a final de mes. Hacía mi trabajo y vivía una vida simple, sin que nadie reparase en mí. Era un ser anónimo e indeterminado que se movía como un fantasma para no molestar, ni ser molestado. En una ocasión, me llegó una carta a casa, del psiquiátrico donde había estado ingresado el hermano de mi madre, hacía ya varios años. Me pedían que me pasara a firmar un papel, otro de aquellos fastidiosos papeles que de vez en cuando, aparecían en algún ordenador de la administración. Solicité un permiso de dos horas y ante la sorpresa de que el trabajador 630/72 pidiera algo, nadie se opuso.

Me puse mi abrigo de paño gris, sobre mi traje gris y acudí a su llamada en un día bastante gris.
- Gracias por venir tan rápido.- Me dijo el director del centro al salir del despacho. En la antesala esperaba un enfermo junto a un celador. Nos miramos mutuamente y saltó la chispa.

Lo primero que vi fueron sus ojos. Aquella mirada potente y misteriosa. Sus ojos de un azul difuminado estaban al fondo de la cueva profunda y oscura que había bajo sus cejas. Unas cejas blanquísimas y pobladas que parecían una cama de algodón para descansar los millones de viejos pensamientos, que habían pasado tras su frente arrugada. Daba la impresión de que aquellos ojos miraban hacia dentro, te traspasaban la mente y desnudaban tu alma.

Y era la intensidad de aquella mirada lo que electrizaba y te dejaba como hipnotizado. Como un grito sordo, susurró a mi paso “SOY GABRIEL, VENGO A DECIRTE QUE DIOS TE AMA”. Y rozó mi mano con sus nudosos dedos de viejo y se santiguó. Su tacto era áspero, sus arrugas eran profundas grietas horadadas en sus manos callosas, pero el momento fue dulce y agradable. Me invadió una gran calma. Fue como si el sentido de la vida pasara ante mis ojos a cámara lenta. Aquel magnetismo duró solo un segundo y después se difuminó como una nube de humo en una corriente de aire, cuando nuestras manos se apartaron. En aquel momento supe que jamás podría olvidar aquella magnitud de sentimientos, de dudas y de paz. Mi corazón encontró la calma, pero a mi mente llegó una inquietud que nada nunca me había hecho sentir.

Volví a mi monótona vida gris pero no podía dejar de pensar en él. Cerraba los ojos y veía los suyos. Intentaba pensar en otras cosas pero mi corazón seguía inquieto. Me costaba conciliar el sueño. Era como si aquel escaso roce siguiera erizando mi piel a cada momento.

A los dos días volví al psiquiátrico. Necesitaba verle de nuevo. No podía comprender porque aquel anciano había invadido mi vida de aquella forma. No sabía que iba a decirle, ni que quería preguntarle pero sabía que debía verle de nuevo. No sabía nada de él, solamente que se llamaba Gabriel. Pocos datos pero rezaba porque fueran suficientes.

Pregunté en admisión de enfermos y no supieron decirme nada de él.
- Estoy seguro. Hace dos días estaba aquí. Era un hombre mayor y estaba con un celador en la antesala del despacho del director.- Reiteré en mis preguntas.
- Le digo que aquí no hemos tenido a ningún enfermo con ese nombre.- Dijo la señorita después de consultar el ordenador por segunda vez.
- Puedo ver al director.
- En este momento no se encuentra en el centro.

“No hagas más preguntas, o terminarán encerrándote a ti” me dije a mi mismo. Como explicar lo que había sentido con el simple contacto de aquella persona, que parecía no haber existido y del que nadie, ni yo mismo sabía nada.

Al día siguiente volví a mi trabajo con la firme intención de olvidarle. Entré como todos los días en la oficina y cuando me dirigía a mi mesa, Magdalena, una compañera de sección me salió al encuentro. Al darme los presupuestos del año que me traía nuestras manos se rozaron.
- “Muchas gracias por todo. Eres una bellísima persona y te adoro por tu sencillez. Por ser el hombre sensible que eres. Y por tu discreción cuando nuestras miradas se cruzan. No quisiera perderte nunca como compañero pero me encantaría poder contar contigo como amigo.”

“¿Quién había dicho eso?” No había nadie a nuestro alrededor y ella no había abierto su boca. No podía entender. En realidad tampoco lo había oído pero tenía la certeza de que esas palabras no salían de mi mente era como si hubiera presentido un sentimiento. La miré a los ojos y supe que era ella quien sentía así. Algo me había hecho percibir la realidad que antes no veía, pero no quería preguntarme como o porque.
- ¿Querrías ,..., ?- Sentí autentico terror de decir lo que iba a decir.
- ¿Si?
- ¿Querrías tomarte algo conmigo esta noche?
- Me encantaría.- Dijo ella con una amplia sonrisa.

Nos cruzamos varias veces por la oficina y no volví a sentir nada fuera de lo normal. No volví a sentirme conectado con ella de aquella manera tan íntima. Mi corazón se aceleraba al verla pues siempre me había fijado en ella pero nunca pensé que ella sintiera nada por mí.

A la hora de la comida pasé por recepción para recoger el correo como siempre hacía. Carlos aquel joven introvertido y grande, con el que siempre comentaba los resultados de los partidos me dio dos sobres.
- Que pase feliz Navidad.- Me dijo mientras me tendía la mano.
- Igualmente.
- “Eres un tío grande. Siempre me has caído bien y me encantaría poder compartir contigo las entradas que tengo para el partido de este sábado. Pero seguro que tienes otros planes.”- Baje la mirada al suelo y suspiré asustado. Me había sentido conectado con alguna fuerza invisible, pues tenía la certeza de que él no había pronunciado aquellas palabras pero yo las había oído. Y aunque en ocasiones había oído hablar de situaciones así nunca les había dado credibilidad. Toda explicación posible escapaba a mi entendimiento pues no había sido educado para creer en estas cosas, sin embargo ahora sabía que eran ciertas.
- Este sábado hay partido ¿Verdad?- pregunté.
- Si, un partido buenísimo.
- ¿Te gustaría venir conmigo? Quizás pueda conseguir un par de entradas.- Dije con la absoluta certeza de que no las encontraría.
- Sería fantástico, pero no hace falta que las compres, a mí me regalaron dos ayer en un sorteo de la radio.

¿Cómo podía saberlo yo? ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué reconocía los pensamientos de la gente? Unos ojos profundos llegaron a mí. Este pensamiento me hizo recuperar la serenidad que había perdido. Supe que aquel contacto que tuve en el psiquiátrico tenía algo que ver con esto. ¿Pero a quién preguntar? Volví a darle la mano a Carlos, pero no sentí nada más que su tacto y un fuerte apretón.

No podía dejar de tocar a la gente. Hubo varias sensaciones más de ese estilo durante el día, la chica que día tras día me ponía la comida en el bar, mi jefe, unos cuantos compañeros y mi portera. Era curioso, toda esa gente me apreciaba más de lo que yo nunca creí. Me conocían. Sabían que existía. Era muy agradable.

Al salir de casa paré un taxi para acudir a mi cita con Magdalena. Cuando después de unos metros recorridos miré hacia el retrovisor y vi de nuevo esos ojos profundos y viejos.
- ¿Gabriel?- Dije sin sentir miedo.
- Dime.
- ¿Quién eres? Fui a buscarte y no te encontré. ¿Has tenido algo que ver tú en lo que hoy me está pasando?
- Si. He sido yo.
- ¿Por qué? ¿Cómo? No, no entiendo nada.
- Soy un ángel y he venido a cumplir un encargo.
- ¿Un ángel?- Pregunté incrédulo.
- Si un ángel.
- Perdona que no te crea, pero en los tiempos que corremos es peligroso ir por ahí diciendo que eres un ángel. Tenemos millones de curanderos que no sanan, de adivinos que nunca predicen nada, de magos que solo usan trucos, ¿Tú comprendes que me cueste creerte?- Gabriel seguía conduciendo lentamente y a pesar de ir con el tiempo justo, no me interesaba por donde iba ni si llegaría a tiempo a mi cita.
- ¿Alguna de esas personas hizo que escucharas lo que sienten por ti los que te rodean? - preguntó con calma.
- Podría ser un truco.
- ¿Y si te enseño las alas?- Preguntó riéndose de mí. Gabriel me miraba por el espejo retrovisor sin prestar atención al tráfico y notó la sorpresa en mi rostro.

Un niño cruzaba la carretera y Gabriel no pudo verle. Yo intenté avisarle pero la voz no salió de mi garganta. En el último segundo el niño se paro y levantó su vista al cielo. Gabriel volvía a leer mis pensamientos.
- ¿Me crees ahora?
- ¿Eso ,...,? ¿Eso lo has hecho tu?- Pregunté tratando de controlar mi corazón que se había disparado.
- Si, podemos hacer muchas clases de milagros. Nuestro señor hace años hizo algo más notorio y dos mil años después se sigue hablando de cómo se separaron las aguas.- Después puso la nota de humor- Así que últimamente somos algo más discretos.
- Pero ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? Yo no soy nada. Hay cosas mucho más importantes que yo, milagros que merecería mucho más la pena.
- Lo tuyo es una deuda antigua.- Dijo con cariño recordando algún tiempo pasado. Lentamente levantó la vista al retrovisor y reparó en mí.

Pasó su mano entre los asientos y la puso sobre mi rodilla. Como en una regresión, me vi treinta años atrás. La escena pasaba en el cuarto de mi madre. Yo había estado presente y no entendía porque me llevaba allí. Yo ya había vivido aquel momento. Mi madre agonizaba en su cuarto, yo me colé a escondidas de mi padre y la vi delirando por la fiebre, sin darse cuenta siquiera que yo estaba allí. Se quedó dormida y nunca más despertó. Al volver al presente intuí algunas cosas.
- ¿Fuiste tú? ¿Tú te la llevaste?
- Si.- Susurró con serenidad mirándome a los ojos y no me sentí mal.

Durante toda mi vida he llevado en mi cabeza las palabras que le escuche decir a mi madre, palabras sin sentido “No ya no lo quiero a él. Tú se lo explicarás. A mí ya todo me da igual. Díselo cuando más esté sufriendo”. Ella hablaba con mucha serenidad, como quien se quita un peso de encima que ha llevado durante años. La oí decir cosas durísimas que me han herido el alma durante toda mi vida. Se reía. Yo en un principio pensé que hablaba conmigo. Que me estaba pidiendo que le dijera a mi padre que no le quería. Luego me di cuenta que deliraba porque no contestaba a mis preguntas. Ya era incapaz de escucharme. A pesar de la certeza que tuve en aquel momento, siempre me he preguntado si deliraba o no.
- No deliraba.- Se me hizo un nudo en la garganta y confirmé que Gabriel leía mis pensamientos.- Sencillamente hablaba conmigo.
- ¿Entonces a quien era? ¿A quien no quería? ¿A mi?- Gabriel sonrió ante mi insistencia por comprender. Parecía un niño que empieza a descubrir el mundo y él un padre orgulloso y paciente.
- No, era un milagro. Eso que ella no quería, era su milagro. A las personas que en vida se lo han ganado, cuando mueren, se las concede un deseo. Algo que durante toda la vida han deseado en lo más profundo de su ser. Ella siempre deseó veros a tu padre y a ti. Quería ver a aquellos que la amaban. Ver su rostro.

Volvió a tocarme la rodilla y entonces les escuché a los dos.
- Hoy voy a concederte eso que siempre deseaste.
- No, ya no lo quiero.- Respondió mi madre, ante la sorpresa de Gabriel.
- Veo en tus ojos mucho amor.- Se sentó a su lado.- Comprendo por tus sentimientos, que ahora deseas que ese milagro que teníamos para ti, se lo concedamos a otra persona.- Una sonrisa fue su afirmación. -¿Y a quién deseas cedérselo?
- A él.- Gabriel miró confuso al niño que lloraba junto a su madre.
- Pero entiende que él no es ciego. Él puede ver a la gente.- No hizo falta aclaración.- Ah! claro. Tu deseo es que en algún momento, él sea consciente de quien es la gente que le quiere. Que lo vea con claridad. ¿No es así?- Mi madre volvió a sonreír-Solo se me ocurre un modo, pero podría ser terrorífico, pues él no entenderá como puede captar los sentimientos de la gente.
- Tú se lo explicarás.
- Es muy bonito lo que estas pidiendo, pero este era tu milagro.
- A mí ya todo me da igual.- Mientras hablaba con ella Gabriel la acariciaba la mano y ella sonreía. Había mucha paz en sus ojos.
- Hoy no puedo concedérselo porque tendría que consultar con el Señor si puedo hacerlo. De poder ser ¿Cuándo quieres que se lo diga?
- Díselo cuando más esté sufriendo

Jamás en la vida le dije a nadie las palabras que yo escuche decir a mi madre en su lecho de muerte. De modo que eso me hizo saber que era verdad lo que decía. Supe que Gabriel era un ángel. Cuando fui capaz de abrir los ojos y enjugar mis lágrimas, Gabriel ya no estaba en el coche. Un señor me abría la puerta.
- ¿Señor se encuentra bien? Está hablando solo.
- Si, disculpe.
- Necesito que me pague la carrera.- Era el conductor del taxi.

Tal vez al leer esto puedas pensar que todo fue fruto de mi imaginación. Piénsalo si quieres. No tengo una pluma de sus alas. No tengo una foto con él. Solo yo lo vi. Pero como le dije a Gabriel hay mucho loco suelto, por lo que no podemos creer en todo y mucha falta de fe, por lo que algunos no pueden creer en nada. Sin embargo yo se con certeza que tengo un ángel de la guarda, y no me importa mucho lo que digan los demás. Yo soy feliz, aunque ahora sea a mí al que le tachen de loco.
Autora: Nuria L. Yágüez

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